Al entrar en el templo llama la atención la luminosidad que posee, tanto por el trabajo en sus vidrieras, como por el color en los cuales se encuentra decorada. Principalmente, la paleta se basa en dos tonos rebajados al blanco: un blanco invierno, que se utiliza en muros y pedestales de pilares, y el celeste que decora todo el cielo de las naves con pequeñas figuras estrelladas en dorado que simbolizan la bóveda celestial. Los pilares se encuentran absolutamente pintados y decorados con elementos geométricos y vegetales en un abanico de gamas: cremas, verdes y azules conforman la paleta de colores. Este brillante colorido se complemente con el hermoso mosaico geométrico del suelo, trabajado en figuras ocres delineadas en negro sobre fondo blanco, generando un contraste entre la claridad sublime del cielo y lo terrenal del suelo.
Sus muros están decorados con hermosos vitrales, enmarcados en arcos ojivales, que representan a diversos santos y personajes de devoción. Cada vidriera se divide en la representación de dos personajes por lo que, mirando hacia al altar, la nave lateral izquierda posee vitrales de:
• San Jerónimo/San José.
• San Pedro/San Pablo.
• San Juan/Santo Tomás.
• San Mateo/San Bartolomé.
La nave lateral derecha posee vitrales representando a:
• Ángeles tocando instrumentos musicales.
• San Jacobo Menor/San Felipe.
• San Jacobo Mayor/San Andrés.
• San Simón/San Judas.
El ábside posee un conjunto de dos vidrieras que representan a los principales personajes asociados a este templo:
• Jesús de la buena esperanza.
• San Saturnino.
Dentro de las obras de arte que conserva este templo, son de importancia patrimonial la imagen de San Saturnino, patrono del templo y protector contra movimientos telúricos, que data del siglo XVII y que se encuentra realizada en madera cusqueña; y el Cristo de la Buena Esperanza obsequiado en 1892 por el presbítero Hernán Domeyko Sotomayor.
Importante patrimonio también es el órgano que posee el templo, fabricado por Oreste Carlini por la década de 1920.